viernes, 2 de marzo de 2012

Boleros



La noche seguía igual de bonita.
En el cielo estrellado sólo quedaba un hilo de luna que aún era reflejado por el mar... las chicharras, que por las mañanas aburrían con su cantar, continuaban agitando las alas en compañía de grillos, haciendo del lugar una maravillosa zona acústica.
Rompiendo el murmullo nocturno, nació un bolero. Aquel hombre que se ganaba la vida con su música en locales solitarios, decidió prolongar su monotonía y se instaló en el "barecito" de la playa.
Yo, que permanecía sentada en la orilla, descalza, con mis pies en las cálidas sábanas del mar, fijé mi vista en aquel triste lugar, dejando atrás la soledad de las olas.
Mantuve mi mirada un largo tiempo y la música cesó, por lo que me tumbé en la arena observando el infinito, con mis pies aún en el agua. Extendí los brazos para jugar con montoncitos de arena fresca y de repente vi la primera estrella fugaz del verano...
Sonó otro bolero. Mantuve mi mirada fija en el cielo y poco a poco noté como mis ojos se cerraban y como la música desaparecía entre la noche y la brisa marina.
El mar, que también escuchaba la melodía del barecito, me invitó a bailar y amablemente me sacó con su canto de sirenas, con el susurro suave de sus olas y el silencio de su sal.
Quizá era las cuatro o las cinco de la madrugada, no lo sabía y no me importaba. No me sentía dependiente del tiempo. Dependía del piélago que me dominaba.
Me excitaba saber que yo atraía la sobrenaturaleza. Pensaba que si ese grillo no hubiera agitado sus alas, si ese hombre aburrido y triste no hubiera quebrado la tranquilidad de la noche, tal vez no me encontraría allí. En realidad no sabía dónde estaba; sentía estar sumida en una catarsis donde había dejado de ser la protagonista de lo que me rodeaba. Era incapaz de captar la imagen del sueño que me balanceaba en las aguas del mar. Unas aguas dulces como su sal. Tan dulce como la melodía de un bolero al final de una noche de verano, donde cualquier cosa se hace realidad, porque no es necesario vivir para soñar, sino... soñar para vivir, y si esa noche mi soledad me hubiera acompañado, tal vez hubiera soñado para morir.